Una de las
mejores caricias que durante mi vida he experimentado, ha sido la de una
cucaracha que me sorprendió al haber levantado una madera podrida y habérmela
llevado al hombro.
Recuerdo
sus delicadas patas con esas pequeñas espinas sensoriales rozando mi piel. Mis
vellos recibían cada estímulo mientras mi cerebro registraba los más mínimos
detalles.
Tenía un
color marrón, negro y ámbar, una hermosa combinación de noche.
Cada que
veo ahora pasar una sombra en cualquier rincón de mi habitación, la recuerdo. Espero el día en que vuelva a aparecer de nuevo. Quizá en las noches, es
ella quien muerde mis labios dejando cicatrices y grietas en mi boca.
Miranda Cómo me convertí en un asesino mental - 2008
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