domingo, 15 de febrero de 2015

Recomendaciones para el WEEKEND!!





«¡Esto es! -me dije-. Allá abajo, quién sabe ahora dónde y a qué distancia, he muerto de resultas de la operación. En una infinita y perdida sala de la Tierra, que es apenas una remota lucecilla en el espacio, está mi cuerpo sin vida, mi cuerpo que ayer había escapado triunfante del examen de los médicos. Ahora ese cuerpo se queda allá; no tengo ya nada más que ver con él. Estoy en el cielo, vivo, pues soy un alma viva».
Pero yo me veía sin embargo en figura humana, sobre un blanco y bruñido piso. ¿Dónde estaba, pues? Observé entonces el lugar con atención. La vista no pasaba más allá de cien metros, pues una densa bruma cerraba el horizonte. En el ámbito que abarcaban los ojos, la misma niebla, pero vaguísima, velaba las cosas. La luz cenital que había allí parecía de focos eléctricos, muy tamizada. Delante de mí, a 30 o 40 metros, se alzaba un edificio blanco con aspecto de templo griego. A mi izquierda, pero en la misma línea del anterior, y esfumado en la niebla, se alzaba otro templo semejante.
¿Dónde estaba yo, en definitiva? A mi lado, y surgiendo de atrás, pasaban seres, personas humanas como yo, que se encaminaban al edificio de enfrente, donde entraban. Y otras personas salían, emprendiendo el mismo camino de regreso. Más lejos, a la izquierda, idéntico fenómeno se repetía, desde la bruma insondable hasta el templo esfumado. ¿Qué era eso? ¿Quiénes eran esas personas que no se conocían unas a otras, ni se miraban siquiera, y que llevaban todas el mismo rumbo de sonámbulos? 


Horacio Quiroga (1878-1937) Uruguay – El síncope blanco

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